No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.
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jueves, 17 de octubre de 2013

Gálvez entre los leones, de Jorge M. REVERTE



Julio Gálvez –con ese nombre– es un periodista de raza. A lo largo de sus seis novelas más de una vez hemos leído esta misma frase. Aunque por más que se repita hasta la saciedad, esa expresión las más de las veces, si no todas, suena como un chascarrillo, y cómo no, si leemos las novelas escritas todas ellas en primera persona, no podemos dejar de pensar en Gálvez con cierta sorna, como él constantemente se toma a sí mismo. O al menos eso es lo primero y fundamental que el autor, Jorge M. Reverte, de este periodista nos quiere hacer pensar siempre. En algún momento leemos que no es un héroe –eso lo tenemos claro– pero que tampoco es un antihéroe, entonces ¿qué tenemos entre manos? ¿Con quién nos manejamos? ¿Qué hace que sigamos a este tipo –llamémosle “normal” con comillas– durante los últimos cuarenta años de la historia política y social de España?

Porque ese es el recorrido de Gálvez desde la primera novela, Demasiado para Gálvez, que engañado por la revista donde trabaja se mete en la investigación de los chanchullos de "Sérfico", una empresa ligada al sector inmobiliario pero también especulativo, con contactos en las altas esferas del Régimen, estamos en la antesala de la transición; hasta la última, publicada este año, Gálvez entre los leones, donde como en la sombra también aparece el más alto cargo del estado español de la actualidad y unos negocios financiados con dinero público valenciano que ocultan una serie de tramas en las que se ve envuelto nuevamente Gálvez y que le llevan hasta las praderas africanas y no precisamente para matar elefantes.


Siguiendo a Demasiado para Gálvez está Gálvez en Euskadi, publicado en 1983, con ETA y sus extorsiones en su mayor auge, aunque la trama siga un curso paralelo, el entorno no deja de estar perfectamente retratado, como luego en Gudari Gálvez, la quinta, situada a mediados de los años dos mil, poco antes de la anterior tregua de ETA y que refleja precisamente esa desmembración de la banda dentro de una trama con algún elemento quizá cerca de lo inverosímil –ese hijo de Gálvez…–. Entre medias de estas dos están Gálvez y el cambio del cambio, de mediados de los noventa, en pleno declive y hundimiento del PSOE y de Felipe González y todos los casos de corrupción reales y ficticios que colmaban los periódicos en aquella época y colman los de la novela, y en uno de ellos se ve envuelto el propio Gálvez trabajando en este caso para el periódico autoproclamado adalid contra la corrupción política; y la siguiente, Gálvez en la frontera, situado en el cambio de siglo y con la inmigración en un floreciente auge y los problemas derivados: el racismo y las distintas mafias, éstas enclaustradas en guetos como el barrio de Lavapiés en Madrid.

Pero si bien todo esto puede ser una rémora para el lector no español, porque los problemas que se tratan están muy ligados a la vida en este país desde la transición para acá, no lo es si nos dejamos llevar por el desenfado envolvente de Julio Gálvez, de un periodista que en cada novela cambia de trabajo, siempre siendo trabajos mal pagados y temporales, trabajando incluso en Gudari Gálvez para una revista editada por una empresa que la distribuye en los tanatorios y cuyo tema, como no puede ser otro, es el de la muerte; como también cambia de pareja, siendo la única más o menos estable desde la segunda novela su exmujer Maribel –aunque ahí hay una especie de desliz porque en Demasiado para Gálvez la mujer que lo abandona se llama Ana, siendo Maribel la nueva amada– que lo acoge constantemente en su casa cuando Gálvez no tiene a donde ir. Pero cada novela tendrá su affaire, da igual que pasen los años, su desvalimiento y poco atractivo siempre se ve recompensado con los favores femeninos, y con su compañía y salvaguarda en la mayoría de los casos para resolver los conflictos. Sara en dos ocasiones –en las dos novelas vascas–, hija de banquero, adinerada y burguesa, Carmen cuarentona afín a las nuevas tecnologías en la novela del cambio del cambio, Almudena, joven periodista, con la que cruzará en patera el estrecho, en Gálvez en la frontera, y aquí, en Gálvez entre los leones, Aída, si bien puede no ser su verdadero nombre, perteneciente al CNI, los servicios de inteligencia españoles.


Y es que la última novela de Gálvez se aleja un poco de las anteriores y se convierte ante todo en una novela de aventuras, más que en una novela policiaca o de investigación, aunque todas tengan un poco de ambas cosas. Aquí lo que hay es una persecución, sobre todo la segunda parte de la novela cuando viajan a África para perseguir a un cazador de leones catalán, un tal Boix, que es más bien un cazador de dineros sin escrúpulos, y está plagada de pequeñas aventuras hasta que consiguen “salvar” al que dijo aquello de “Perdón, me he equivocado”. Aunque Gálvez en sí sigue siendo el mismo, pero en la sesentena, la investigación brilla por su ausencia y sólo existe algo parecido cuando el periodista, que ahora está en el paro, vuelve del engañoso trabajo que le había salido en Asturias y se dedica a buscar a Bigoret, el empresario valenciano que les había estafado.

Vivienda de Gálvez en su cuarta entrega.
San Bernardo, 69. Madrid
Foto: Archivo personal
Y, volviendo a la pregunta del primer párrafo, lo que hace que sigamos, que persigamos, a Gálvez, no sólo por Madrid, que es su lugar habitual, sobre todo el barrio de la universidad como se llama a la zona de la calle San Bernardo, sino también por sus escapadas vascas o catalanas o incluso por Tánger, no es un a pesar de su enclenque personalidad, de la que todo el mundo se aprovecha o intente aprovecharse, sino que es precisamente por eso por lo que nos situamos en su lugar, en contra de los poderes fácticos que nos someten como a sujetos enclenques que somos y de alguna forma nos rebelamos y buscamos con nuestros pocos medios una forma de escabullirnos de ese poder que nos aplasta. Y eso –que se puede trasladar a cualquier parte del planeta– es lo que hace Gálvez durante los últimos cuarenta años, sobrevivir, que no es poco, a pesar de…       
   





2013. Gálvez entre los leones. Lectura

sábado, 7 de septiembre de 2013

Adiós, princesa, de Juan MADRID

Casa Camacho. Malasaña. Madrid
Foto: Archivo personal
Para alguien que viva en Madrid, leer las andanzas de Toni Romano es un placer. Y es un placer porque el Madrid de Juan Madrid, el de Toni Romano, es un Madrid de nostalgia que se hace realidad porque es tan real como Toni Romano. Y es un Madrid tanto céntrico como de las afueras, tanto de barrios pobres como ricos, pero es un Madrid de bares, de muchos bares que se sitúan sobre todo en el barrio de Maravillas o de Malasaña, aunque también del cercano Conde Duque o de Lavapiés o del centro centro, donde él vive en la calle Esparteros entre la puerta del Sol y la plaza Mayor.

Pero estamos hablando de un Madrid que se va transformando pues la primera novela Un beso de amigo es de 1980 mientras que la última Adiós, princesa o –si la incluimos– Bares nocturnos son de finales de la primera década del siglo XXI, es decir han pasado cerca de treinta años. Y el Madrid, pese a la nostalgia, ya no es el mismo, como tampoco es el mismo ni el personaje principal, que pasa de querer llamarse Toni Romano a Antonio Carpintero, su verdadero nombre, y eso a pesar de que la evolución cronológica de la serie es un tanto confusa y de ahí los problemas que nos vamos a encontrar constantemente de incongruencias y de repetición de nombres en personajes distintos. Pero luego entraremos en ello un poco más.

Adiós, princesa es la última novela de Antonio Carpintero –a partir de ahora siempre Toni Romano, a pesar del cambio de gusto de su personaje con respecto a cómo quiere que le llamen– como protagonista, escrita como todas las demás en primera persona, pero con Juan Delforo como personaje central de la trama. Este Juan Delforo salió por primera vez en Grupo de noche, la sexta de la serie, pero de forma tangencial, simplemente como un personaje que Toni Romano se encontraba en alguno de sus bares habituales, pero no como el vecino del apartamento de al lado, como es el caso en esta novela y como amigo desde hace veinte años de Toni Romano.

Y siendo la última, Adiós, princesa, y la más conseguida, la más compleja, donde el argumento, el estilo e, incluso, los personajes están más trabajados se aleja con mucho de la calidad de las primeras tres novelas de la serie: Un beso de amigo, Las apariencias no engañan y Regalo de la casa, las tres de los años ochenta; donde bien demostraba Juan Madrid cómo era eso de construir una original novela negra ambientada como debe de ser en los bajos fondos en este caso de una ciudad como Madrid, con personajes sin fondo, demacrados, codiciosos y violentos y con ambientes cargados de humo, de oscuridad, de desidia y de alcohol, como el propio Toni Romano, con una salvedad, y es que Romano sabe donde están los límites o al menos lo intuye.

Pero Adiós, princesa ha dejado de ser una novela negra para convertirse en una novela policiaca, con Antonio Carpintero intentando salvar a su presunto hijo Silverio San Juan de sus desvaríos adolescentes e intentando salvar a Juan Delforo, su presunto vecino, de sus problemas de amoríos y literarios. Del primero en cierta forma consigue salvarlo, a Delforo, pero el problema literario no tiene solución si no es volviendo –en palabras del propio Juan Madrid en boca del diario de Lidia Ripoll– a las novelas esquemáticas, vulgares, llenas de palabrotas y sin vuelo literario alguno. Algunas de estas características están en Adiós, princesa, mas depuradas, pero sin dudarlo describen asombrósamente bien las tres primeras de la serie.

En cuanto a las otras tres, anteriores a esta última, intentan repetir el método, Mujeres & Mujeres y Cuentas pendientes en los años noventa y Grupo de noche ya en los dos mil, pero es un remedo y con pesar llena de incongruencias cronológicas como hemos mencionado antes.

Adiós, princesa es una buena novela donde Toni Romano, un ex policía, ex boxeador, ex fisonomista se ha convertido en Antonio Carpintero y por segunda vez –aunque aquí parece ser la primera, otro ¿despiste? más– padre de un hijo con diecinueve años y de alguna forma abogado defensor de Juan Delforo –trabaja para su abogado– y ya no es lo mismo. Pero lo que no cambia es el lugar de la corrupción, no tanto en los bares de alterne, ya escasos, o en los bajos fondos de las ciudades como en las coctelerías para adinerados y en las altas esferas de la sociedad y, claro, en la propia policía, por eso Antonio Carpintero o Toni Romano no ha dejado de ser nunca un ex policía, que no puede dejar nunca de meter la nariz donde no le llaman, le pese a quien le pese e, incluso, donde le llaman, a pesar de todo.






Bodegas Rivas. Conde Duque. Madrid
Foto: Archivo personal
1980. Un beso de amigo.
2009. Bares nocturnos. (El protagonista es Silverio San Juan, pero Toni Romano aparece como personaje secundario)