No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

martes, 7 de octubre de 2014

El caso Galton, de Ross MACDONALD




The Galton Case (El caso Galton) quizá sea la novela bisagra, el momento decisivo en la consagración de Ross Macdonald (1915-1983) –pseudónimo de Kenneth Millar– como el tercero de los grandes dentro de la novela negra norteamericana. Allí, a su lado, pero antes, y mejores o peores, y según qué crítico o crítica, están Hammett y Chandler, claro, cómo no. Pero a lo mejor esa comparación pudiera resultar un tanto desproporcionada si no tenemos en cuenta algo que singulariza al propio Macdonald y a su detective Lew Archer: y es su recorrido, su largo recorrido, algo que no tienen ninguno de los otros dos –aunque el Marlowe de Chandler ya vaya por ese camino–. Archer siguió investigando después de El caso Galton, que situamos en 1958 –en la cronología interna del personaje, en 1959, fecha de publicación de la novela–, y siguió investigando durante casi veinte años más –la última novela protagonizada por Archer es de 1976, The Blue Hammer (El martillo azul), de la que se puede leer el comentario que ya hicimos aquí–. 

Justo dos novelas antes se consagra también el pseudónimo, antes Ross Macdonald había firmado como John Macdonald en The Moving Target (El blanco móvil) y como John Ross Macdonald en las cuatro siguientes –ver bibliografía abajo– hasta The Barbarous Coast (La costa bárbara), donde firma ya como firmará todas las demás y como se le reconoce como uno de los grandes.  


Y decimos que El caso Galton es un antes y un después –con matices, claro– porque el mismo Macdonald lo sitúa en realidad en The Doomsters (Los malignos) pues hablando de esa novela él mismo desvela que es el inicio de la separación del Marlowe chandleriano –ver lectura–, un detective, según Macdonald, de acción, mientras que su Archer, que hasta ahora había seguido los mismos derroteros que Marlowe –y que habían empezado con el agente de La Continental (ver lectura) y con Sam Spade de Hammett–, se va convirtiendo en un personaje más de reflexión, más reposado, en realidad, o en sus propias palabras: en un personaje “de interrogación”. Es decir, su búsqueda de la verdad tiene que ver menos con la lucha a base de golpes como con la discusión a base de preguntas, preguntas incómodas, eso sí, las más de las veces, que incluso llevan a un cierto grado de violencia, física y no física, pero que nos sitúa en otra perspectiva, y que sitúan a Lew Archer en otro lugar, en un lugar que se zambulle menos en el presente del conflicto como en el pasado que lo ocasiona.

Y El caso Galton es paradigmático en este sentido, como luego lo serán también otras como The Zebra-Striped Hearse (El coche fúnebre pintado a rayas), una de las mejores de la serie, o las ya comentadas en mi lectura anterior de El martillo azulAsí en El coche fúnebre pintado a rayas es el coronel Blackwell el que contrata los servicios de Archer para investigar el pasado del novio de su hija Harriet, el pintor Burke Damis, un pasado en el que van apareciendo personajes vivos y muertos y que se van colocando poco a poco en su lugar dentro de la historia a medida que Archer interroga. Lo que nos encontramos en esta novela y lo que nos hemos encontrado en otras como Los malignos o posteriormente The Chill (El escalofrío) es un conflicto familiar que ya viene de lejos pero que se muestra en el presente. Porque –y seguimos hablando de El coche fúnebre pintado de rayas– la raíz del comportamiento de Harriet, de huida de la familia para zambullirse en una relación con un personaje que tiende al ocultamiento, viene propiciada por los anteriores acontecimientos protagonizados por su propio padre y que sólo al final salen a la luz. El conflicto psicológico que aparece constantemente en las novelas de Macdonald siempre es resultado de hechos conflictivos que lo desencadenan y por eso las novelas de este autor están plagadas de personajes con tales conflictos, recordemos la mujer de Simon Graff, Gabrielle, en La costa bárbara o a Carl Hallman, huido de un hospital psiquiátrico con un diagnóstico maniaco depresivo, en Los malignos, aunque en este caso quizá la que tenga mayor estrés psicológico sea su mujer Mildred.

Lew Archer no sólo se mueve por todo el Estado de California en sus novelas,
sino que también se desplaza a otras zonas como Ontario (Canada), como en ésta. 

Pero acercándonos a El caso Galton nuevamente aparece un personaje desequilibrado, la mujer Alicia del abogado que contrata a Archer, el señor Sable, para que se ocupe de buscar al hijo desparecido hace veinte años de su cliente, la acaudalada Señora Galton. Porque la búsqueda de los hechos pasados desemboca y provoca hechos en el presente, como la muerte de Pete Culligan a manos de no se sabe muy bien quién, si del presunto impostor John Brown, que puede ser el nieto de la señora Galton e hijo del desaparecido Anthony Galton, o bien de la autoinculpada Alicia Sable, ingresada por propia voluntad en el sanatorio del doctor Howell, precisamente el padre de Sheila, la reciente enamorada del recién llegado John Brown o John Galton.

Resumiendo en las novelas de Macdonald no pueden dejar de aparecer tres elementos imprescindibles: el conflicto psicológico o, incluso, mejor, el desequilibrio psíquico, que en muchos de los casos afecta a los mismos asesinos, pero en otros sirve para una inculpación falsa; la recuperación del pasado para desvelar el presente en una huida hacia atrás que en realidad es una huida hacia delante; y, por último, el entorno familiar dentro de unas familias desestructuradas en la mayoría de las ocasiones, ya por desapariciones pasadas, como en esta novela, ya por muertes sospechosas o accidentales, ya por conflictos padre-hijo (Los malignos) o padre-hija (El caso Galton y El coche fúnebre pintado a rayas) o madre-hijo (El escalofrío), para centrarnos sólo en las escritas en este periodo de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, precisamente el momento de la consagración de Macdonald –recordemos que en 1966 se estrena la película Harper protagonizada por Paul Newman y que está basada en El blanco móvil, la primera novela de la serie de Lew Archer–.

Bienvenida pues esta nueva edición de El caso Galton y esta recuperación y actualización de traducciones que está haciendo La serie negra de RBA –ya llevan diez de las dieciocho que componen la serie (ver abajo)– y que de alguna forma nos trasladan al pasado de las ediciones del Libro amigo de Bruguera, de Alianza, de Alianza Emecé, de Martínez Roca, de Planeta o de Alfa, y que, como ya dije en mi anterior lectura de El martillo azul: toda lectura de Macdonald es una relectura.        
  





(1) 1949. The Moving Target. (El blanco móvil)
(2) 1950. The Drowning Pool. (La piscina de los ahogados)
(3) 1951. The Way Some People Die. (La forma en que algunos mueren)
(4) 1952. The Ivory Grin. (La mueca del marfil o La sonrisa de marfil)
(5) 1954. Find a Victim. (En busca de una víctima)
(6) 1956. The Barbarous Coast. (La costa bárbara)
(7) 1958. The Doomsters. (Los maléficos o Los malignos)
(8) 1959. The Galton Case. (El caso Galton) Lectura
(9) 1961. The Wycherly Woman. (La Wycherly)
(10) 1962. The Zebra-Striped Hearse. (El coche fúnebre pintado a rayas)
(11)1964. The Chill. (El escalofrío)
(12) 1965. The Far Side of the Dollar. (El otro lado del dólar)
(13) 1966. Black Money. (Dinero negro)
(14) 1968. The Instant Enemy. (El enemigo insólito)
(15) 1969. The Goodbye Look. (La mirada del adiós)
(16) 1971. The Underground Man. (El hombre enterrado)
(17) 1973. Sleeping Beauty. (La bella durmiente)
(18) 1976. The Blue Hammer. (El martillo azul) Lectura

2007. The Archer Files. (El expediente Archer) [recopilación de todos los relatos (y algunas obras inconclusas) donde aparece Lew Archer. Relatos:
“En busca de la mujer” (1946)
“Muerte en el agua” (2001)
“La mujer barbuda” (1948)
“Extraños en la ciudad” (2001)
“Chica desaparecida” (1953)
“La siniestra costumbre” (1953)
“El suicidio” (1953)
“Rubia culpable” (1954)
“Empresa inútil” (1954)
“El hombre enfadado” (2001)
“Azul medianoche” (1960)
“Perro dormido” (1965).]

jueves, 25 de septiembre de 2014

Contrarreloj, de Eugenio FUENTES




Ya han pasado más de cinco años desde nuestro último encuentro con Ricardo Cupido y seguimos a la espera de una nueva entrega –en enero de 2015 acaba de salir Mistralia. Aquella última novela de la serie es esta de Contrarreloj que comentamos hoy. Una novela que se sale de Breda, el lugar habitual donde se desarrollan los casos de Cupido –aunque también la penúltima, Cuerpo a cuerpo, se escapó de aquel entorno llamémosle extremeño para transcurrir en una ciudad costera del levante español–, y se traslada a un recorrido que sigue los pasos del Tour de Francia, pues ésta, como su título indica, es una novela de las que podríamos llamar deportiva o que tiene al deporte y a sus ejercitantes como los protagonistas de la misma.

Por eso en ella no nos vamos a encontrar el paraje citado de Breda, lugar imaginario del norte de Extremadura creado por su autor, Eugenio Fuentes, que tanto juego e interés da sobre todo en El interior del bosque y ya con algo menos de protagonismo en las dos siguientes, La sangre de los ángeles y Las manos del pianista. Aunque, como en todas ellas, la afición al ciclismo del propio detective, a practicarlo, queremos decir, aquí se enlaza con la propia trama de la novela que tiene al máximo exponente de este deporte, el Tour de Francia, como al gran protagonista, y a esos ciclistas aguerridos, ambiciosos y competitivos al máximo como los elementos clave de la novela policiaca: el asesinado es un ciclista y entre los sospechosos principales también están los rivales ciclistas de éste.
Pero si algo une esta novela a las anteriores de la serie son dos aspectos primordiales: uno los motivos y motivaciones que provocan los crímenes –ahora haremos un repaso sucinto de cada una de ellas– y otra la característica definitoria de Ricardo Cupido como investigador que tiene que ver con la característica clave del estilo novelístico de su autor a la hora de tejer las tramas de las mismas. Así el impulso como investigador de este, “Lo que Cupido sentía –siente– como desafío y como enigma era –es– el sospechoso como sujeto, sus razones, su disposición emocional frente a la víctima, aquello que precisamente no era –es– ni tiempo ni espacio” (Cuerpo a cuerpo, p. 149); es decir, obviando el elemento de las posibles coartadas de los sospechosos, cosa que deja a los detectives oficiales, que en las tramas de Breda suelen ser el teniendo de la Guardia civil Gallardo y sus dos subalternos Andrea y Ortega, Cupido donde pretende llegar es al interior del sujeto, y eso es lo propio del estilo de Eugenio Fuentes en cada una de las novelas, en todas ellas lo que predomina es la demora en la descripción e introspección de los personajes que las componen, el autor se introduce en sus antecedentes, en lo que piensan, en lo que les sucede o les ha sucedido en el pasado, intentando aportar al lector esas razones que cada uno de ellos podrían llegar a tener para ser sospechoso de los crímenes que suceden en las novelas.

De tal manera que en la primera de las novelas citada, El interior del bosque, aparte de conocer la Reserva de El Paternóster y de los picos de el Volcán y el Yunque a través de los paseos ciclistas de Cupido y no ciclistas de otros personajes, también conocemos cómo los celos pueden ser perfectamente el motivo principal que provoque todo el desarrollo posterior y más si la protagonista asesinada, Gloria, una atractiva pintora y galerista, es capaz de provocar ese mismo sentimiento y otros hermanos como la envidia o una admiración mal llevada no sólo en su novio Marcos Anglada sino en otros como el escultor Emilio Sierra o en su socia en la Galería de Arte, Camila, y si a ello añadimos tramas paralelas como la del guarda de El Paternóster, Molina, o la del litigio por los terrenos que lleva durante años Doña Victoria y su hijo adoptivo Octavio Espósito contra la administración, tenemos un entramado donde cada uno de los implicados, éstos y otros más, se nos ofrecen perfectamente retratados desde sí mismos y desde su propia historia.

Los celos, más los otros sentimientos hermanados, nuevamente ocupan un lugar destacado en La sangre de los ángeles. Ahora nos situamos en las disputas por la dirección dentro de un colegio de Breda a consecuencia de lo cual resulta muerto el profesor de Educación Física Gustavo Larrey, a lo que añadimos el extravío de una pistola sin declarar que pertenecía al padre de Julián Monasterio, precisamente el que termina contratando a Cupido por el temor de verse implicado en esa muerte. En la trama se ven mezclados el director saliente del centro Jaime De Molinos, el entrante Luis García Nelson, el jefe de estudios Manuel Corona y la logopeda Rita, antigua amante de este último y amiga de Larrey, e incluso el conserje del centro, el objetor Moisés, que también ha tenido su escarceo amoroso con Rita. También alguien indirectamente implicado será el que contrate a Cupido en la siguiente novela, Las manos del pianista. Precisamente alguien del que lo único que llegamos a saber es eso que es pianista y que además ejerce con esas manos duras, casi encallecidas y hasta deformadas, otro oficio propio para ellas, el de verdugo de animales cuyos dueños se quieren deshacer de ellos. Pero en este caso nos movemos en el ámbito de una empresa constructora en la que uno de los socios se ha caído o le han tirado desde el ático de uno de sus edificios en construcción. Y en ese contexto, donde el poder y el dinero tiene verdadero protagonismo, Martín Ordiales, ha dejado de tener ambos y los implicados, sus socios Miranda Paraíso y Santiago Muriel, a los que se unen su antigua amante la aparejadora Alicia o el capataz de las obras Pavón, incluso antiguos empleados como Tineo o clientes como Juanito Velasco, vuelven a moverse motivados nuevamente por la envidia o el rencor.    


Nos salimos de Breda en la siguiente novela y también dejamos de lado aquellas motivaciones que han movido los hilos en las anteriores tramas, para, en Cuerpo a cuerpo –quizá la novela más compleja y mejor construida, aunque todas mantienen un nivel espléndido–, desembocar en una trama donde lo privado o personal y lo público o profesional se van a ver entremezclados sin saber muy bien qué es lo que ha ocasionado el aparente suicidio del Comandante del ejército Camilo Olmedo. Será su hija, Marina, separada de su anterior marido Jaime, pero ahora enamorada de Samuel, la que contrate a Ricardo Cupido, incrédula ante el suicidio de su padre. Aquí, decimos, se mezcla lo privado, la nueva pareja de Olmedo, Gabriela, que perdió a su hijo adolescente pocos meses antes atacado por un perro, o el causante de la muerte de su anterior mujer, el anestesista acusado de ese error médico, Lesmes Beltrán, y el profesional, todos los compañeros que no están de acuerdo con el cierre del cuartel de San Marcial por el que Olmedo aboga, ya sea el Coronel Castroviejo o los capitanes Bramante o Ucha.

Pero en la que nos ocupa, Contrarreloj, volvemos al motivo que domina toda la serie, el de los celos o el de la envidia de difícil separación, y hasta él indaga Cupido siguiendo las etapas del Tour, bien por la tele, como al principio, bien siguiendo la misma caravana, aunque siempre algunos pasos o tubulares por detrás de los líderes o sospechosos, para descubrir entre ellos cuál ha sido capaz de matar a Tobias Gross –una especie de Louis Amstrong–, el capataz ¿dopado? de los últimos cuatro Tours de Francia. Y así tenemos a la avispa Panal, a Mieses –cuyo director de equipo, Luis Carrión,, antiguo funcionario de prisiones donde le conoció, contrata a Cupido– o al bosnio croata Darko Hamelt entre los ciclistas con motivos para tal hecho, pero también están los que siguen la caravana del Tour, las parejas de los ciclistas, como la ex mujer de Gross, Saba Bay, o la espectacular mujer de Panal, Alejandra, y por supuesto esos médicos ocultos que trafican con sangre dopada como el doctor Galea o el desconocido doctor Román o Romain.

Y como vemos en este recorrido las tramas se vuelven complejas no en sí mismas sino por la normal complejidad de los propios personajes que se nos van presentando trazados con la mano segura del autor y a través de las preguntas de Cupido que indagan menos sobre hechos que sobre razones para acabar admitiendo que casi la única razón es siempre la misma y esa razón en la mayoría de los casos el ser humano es incapaz de domeñar.        





(1) 1993. El nacimiento de Cupido.
(5) 2007. Cuerpo a cuerpo.
(6) 2009. Contrarreloj. Lectura 
(7) 2015. Mistralia. Próxima lectura

1990. Las batallas de Breda. [Cupido, personaje secundario. No pertenece a la serie]

sábado, 20 de septiembre de 2014

Nunca ayudes a una extraña, de J. M. GUELBENZU




En Nunca ayudes a una extraña, la última novela de la serie de la Juez de Primera Instancia e Instrucción Mariana de Marco, el protagonismo de la misma viene compartido por un nuevo personaje, el periodista Javier Goitia, –del que no sabemos si viene para quedarse o no–. Y decimos que comparten protagonismo porque la novela está narrada alternando capítulos en primera persona, los de Javier Goitia, y tercera –aunque habría que añadir los correos electrónicos (que no e-mails, término que no le gusta al autor) que Mariana escribe a su amiga íntima Julia, la arquitecto que ha ido apareciendo en la últimas novelas de la serie y que ahora se encuentra de viaje de negocios en Brasil, correos que vienen a resumir tanto el progreso en la investigación como el progreso en el enamoramiento, como luego veremos–, donde la Juez, continuamos, como en las novelas anteriores, se convierte en el sujeto que mueve los hilos, pero también en el objeto atentamente observado, de ahí esa tercera persona, un narrador externo que constantemente se recrea en la belleza o, mejor, atractivo de esta juez –que vuelve a tener 45 años como en la novela anterior a pesar de haber pasado tres años en la cronología interna de la serie (ver bibliografía abajo)–, como también lo hace y ya desde la primera escena los ojos curiosos de Javier Goitia.

Volvemos a estar en G…, lugar donde ejerce la Juez De Marco, después de aquel viaje un tanto enrevesado por el Nilo que fue la novela anterior, Muerte en primera clase, y volvemos a G… en primer lugar de la mano de Goitia, un periodista de investigación de 54 años que se acaba de quedar sin empleo debido a que su empresa ha cerrado, estamos en el 2004 –en concreto el 1 de julio (hay una errata en la primera página de la novela)– y el periodismo ya no es lo que era. Goitia viene a la ciudad a pasar unos días de vacaciones con su amigo Manolo, que regenta un bar en el centro, y ya desde la estación de Chamartín donde coge el tren sus ojos no pueden dejar de seguir la atrayente anatomía de la Juez.

Pero esa intromisión no será la única, puesto que ya en G… se produce un incidente en el que se ve envuelto, la aparente violación de una mujer, Concepción Ares, y la implicación de Francisco Llorente, el hijo juerguista de una influyente familia de la ciudad. Poco después la misma mujer aparecerá muerta tras haber caído por la terraza de su casa. Una posible violación y un aparente suicidio que instruirá la Juez De Marco.

Y en este contexto J. M. Guelbenzu se vuelve a recrear en el retrato, llamémosle decimonónico, de las familias pudientes implicadas –la alta burguesía otra vez como protagonista, algo muy dado en este autor y también muy típico en las novelas del XIX–, la de Concepción Ares, con su padre, el patriarca Constantino, dominante y altanero, la beata de su mujer Dorinda y de su hijo el cura, más Gonzalito Ares, el otro hermano, vividor sí, pero también el encargado de seguir llevando los negocios de la familia a buen puerto. Por otro la familia del presunto violador, los Llorente, Rufino padre y Rufino Jr., el que se sigue encargando también de los negocios de la familia, pero que como toda buena familia tiene un garbanzo negro en ella, el tal Paco Llorente. Y por último, la tercera en discordia, aunque en menor medida, la familia del marido de Concepción, Tomás Sánchez-Hevia. Un matrimonio de conveniencia, como no podía ser de otra forma.


Las presiones, pues, para que los trapos sucios salgan lo menos posible a la luz, no dejan de llegar a la encargada de instruir el caso o los casos, Mariana de Marco, pero como en las anteriores novelas eso no es más que un incentivo para que ella se muestre aún más independiente. Porque el entorno de los juzgados es el mismo que ya vivimos en El hermano pequeño (ver lectura), sigue estando el juez decano Carbajo, como cierto enemigo de Mariana, y luego su secretario Pelayo y el inspector Quintero, ambos de su parte, y en esta novela, vuelve a aparecer aquel inspector un tanto extravagante, Alameda, que tuvo su protagonismo en Un asesinato piadoso, en este caso cuando la novela se traslada a una ciudad cercana, S… Y eso nos hace detenernos en algo que hemos ido observando a medida que se han sucedido las novelas de la serie, el anclaje cada vez mayor en la descripción de las ciudades, en este caso G… y S…, que aunque el autor no quiera llamarlas por su nombre, quizá llevado por conservar el nombre de la tercera V… –es decir, como ya dijimos en la anterior lectura, la Vetusta de Clarín, otra vez la novela decimonónica como guía– el cariz simbólico de un lugar ficticio pero en el fondo real y existente, que, como decimos, se describe y se muestra cada vez con mayor precisión, en las calles y barrios, en los bares, en los restaurantes, mencionados y descritos, en las playas y paseos marítimos…

Plaza Mayor de G..., donde se sitúa el Hotel
en el que se aloja Javier Goitia

Pero donde de verdad se observa un cambio en la novela con respecto a las anteriores, no es en la trama, que vuelve a estar bien llevada, sino en la injerencia del periodista. Una injerencia en la escritura, ya hemos hablado de esa primera persona que lo pone en paralelo con Mariana en cuanto al protagonismo de la novela y una injerencia en la trayectoria personal de la propia Juez. Mientras en las anteriores novelas Mariana de Marco se ha caracterizado por su predisposición por acercarse a los malos de la película, no sólo en la investigación, que sería lo lógico, sino a introducirse en sus escarceos amorosos en la boca del lobo, por esa atracción al mal o al peligro de la que hablamos en el anterior comentario, ahora eso deriva en un cierto enamoramiento progresivo que se va produciendo a medida que transcurren las páginas de la novela y a medida que se van sucediendo los acontecimientos investigados, investigados por ambos, en un ten con ten, que acaba como tiene que acabar, pero claro no hacia el malo, sino hacia el bueno. Y, quizá, esa chispa que tenían antes las novelas se ha perdido aquí, sustituida por un entontecimiento clásico. Eso sí, el vouyerismo permanece y las escenas donde el cuerpo de Mariana cobra todo su vigor, no dejan de estar, en este caso vistos desde dos puntos de vista, el de siempre, el del narrador que se recrea, más ahora el de los ojos de Goitia ya desde la primera página de la novela.
       





(1) 2001. No acosen al asesino. [La trama posiblemente se sitúa en 1996-97]
(2) 2004. La muerte viene de lejos. [¿1997?]
(3) 2007. El cadáver arrepentido. [El tiempo interno se desarrolla en 1998, aunque hay referencias a todo el desarrollo del siglo XX]
(4) 2008. Un asesinato piadoso. [Se sitúa en 1999]
(5) 2011. El hermano pequeño. [En el 2000] Lectura
(6) 2012. Muerte en primera clase. [En el 2001, justo antes de la 2ª guerra del golfo, que se menciona explícitamente]
(7) 2014. Nunca ayudes a una extraña. [Julio de 2004] Lectura