No son series de televisión, aunque permiten una secuencia. No son series de televisión policíacas, aunque pueden ser la raíz y son policíacas. No son asesinos en serie, aunque los hay. Son series de detectives o investigadores: Marlowe, Rebus, Conde, Beck, el agente de la Continental, Bosch, Morck, Jaritos, Romano, Grens, Grave Jones y Coffin Johnson, Sejer, Bevilacqua, Wilhelmsen, Adamsberg, Erlendur... Y se sitúan en cualquier lugar, son de cualquier lugar: la muerte está en todas partes.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Sacrificio a Mólek, de Asa LARSSON



A veces cuando menos te lo esperas algo te conmueve. Hay una escena poco antes de acabar, cuando todo está a punto de culminar, cuando todo pasa muy deprisa, cuando el miedo o la angustia o la aceleración propia del final de una novela policiaca te está llevando, en la que el tiempo de alguna forma se detiene y te detiene, te suspende, y en este caso no es por algo trepidante o espectacular o, incluso, espeluznante; no, sino que es algo que te destroza, que te chilla, que te paraliza y llora. Es la escena en la que Rebecka, mientras huye del peligro, se queda de rodillas en el bosque, en la nieve, coge con una mano, para sujetarla, la correa de Vera, la perra que adoptó en la novela anterior, que tiene, como siempre, una oreja levantada, y con la otra mano agarra un tronco, un tronco grueso… y hay algo que se te rompe dentro, que te desgarra.

Sacrificio a Mólek o Till offer at Molok en el sueco original es la quinta novela de la ahora fiscal del distrito de Kiruna Rebecka Martinsson. Y como en las anteriores Asa Larsson alterna lo propio e imprescindible de su escritura con lo que le sobra, con lo que la aumenta y la rebaja; por un lado lo que hace identificarse especialmente con ella y por el otro lo que nos aleja, que se puede identificar especialmente con lo lejano, no sólo del lugar, sino también del tiempo.


Intentaremos aclararlo. En todas las novelas desde Solstorm (Aurora boreal) de Rebecka Martinsson hay dos elementos que resultan identificatorios: Kiruna, la región de la Laponia sueca donde se desarrollan los acontecimientos, su soledad, su ambiente nevado, el frío; y la soledad y la inclemencia, la indefensión y desvalimiento de la protagonista. Ambas cosas de alguna forma están conjugadas, se necesitan, se complementan. Por eso, parece, que Rebecka vuelve en Aurora Boreal de Estocolmo, de ese prestigioso bufete de abogados donde trabaja, y por eso, parece, que desde la segunda, Det blod som spillts (Sangre derramada), permanece en su tierra, en la casa de su abuela en el pueblo de Kurravaara, donde se fue a vivir de niña cuando su madre abandonó a su padre y se trasladaron allí. Es como si la región tuviese una fuerza interior, un fuego, un calor, a pesar del frío, de la nieve, de la inclemencia, que la hace permanecer, que la da sujeción, que la permite agarrarse.

Pero mientras estas dos primeras novelas no sólo se ambientan en la zona de Kiruna sino también en sus historias, en este caso en sus historias religiosas, ambas están envueltas en crímenes contra pastores o religiosos establecidos allí, en las tres siguientes parece que necesitaba introducir elementos de novela histórica, relatos, historias alejadas de ese lugar o bien de ese tiempo, es decir, en Svart stig (La senda oscura) hay una historia de poder, de dinero, de empresas, de altibajos de la bolsa, en fin, de elementos tan alejados y, sobre todo, tan mal tratados, tan fuera de lugar, aunque la trama no se pueda desarrollar sin ellos, que la convierte, a esta novela, en la peor de todas con diferencia. No es sólo que Kiruna sea simplemente un mero pretexto, simplemente por ser donde se ha producido el asesinato, sino que todo lo que sucede, ya sea en Estocolmo o en África, como toda la historia de los personajes, Mauri Kallis a la cabeza, se nota que está metido como a presión, como con un calzador en un zapato demasiado estrecho. Es decir, nos hemos salido de Kiruna y nos hemos llevado fuera a sus personajes principales, como los policías Anna-María Mella y Sven-Erik Stalnacke, que ya no parecen los mismos, están como fuera de contexto y así actúan.

Mientras en la cuarta, Till dess din vrede upphör (Cuando pase tu ira), el elemento intruso es el nazismo y la segunda guerra mundial, que sirve de alguna forma de excusa para encontrar el motivo del asesinato en el presente, debajo del hielo, de un par de jóvenes de la localidad. Todo lo que tiene que ver con esa historia pretérita nos deja fríos, siendo, en realidad, esta novela la mejor de las cinco, precisamente porque este elemento queda bastante poco desarrollado.

Y lo mismo nos encontramos con la última, esa historia en los inicios de Kiruna, cuando se creó, allá por la época de la primera guerra mundial, y que provoca que unas acciones de una empresa canadiense reaparezcan ahora para ocasionar el móvil que produzca el asesinato de Sol-Britt Uusitalo y los intentos de matar a su nieto Marcus, eso, esa historia paralela de los amores de una profesora veinteañera y un gerente de una empresa, de una mina, que daba trabajo a toda la localidad allá en aquella época y su tragedia posterior, eso, como digo, nos aleja propiamente de lo que nos interesa, tanto en los argumentos como en los ambientes, porque nos lleva a sitios y a tiempos en los que no queremos estar, porque lo que demandamos, lo que necesitamos de Asa Larsson sólo lo podemos encontrar en esa Kiruna continuamente nevada y en esa Rebecka continuamente desamparada.


Y como tal, y a pesar de su vecino Sivving, que le da compañía, a pesar de sus cada vez mejores relaciones con Anna-Maria o Sven-Erik, y, sobre todo con Krister Eriksson, ese policía de la cara quemada, sin orejas, es decir, otro solitario que sólo se siente bien entre perros; ese desamparo de Rebecka provoca siempre que en el final de las novelas –excepción hecha de la tercera– todo lo malo le suceda a ella, en la primera para defender a dos niñas se carga a tres personas, en la segunda es atacada por el asesino que después se suicida y antes mata a su hijo retrasado, en la cuarta tiene que romper el hielo del lago donde está sumergida tras haber caído para no morir ahogada y, en esta última, la atacan, la amordazan y cuando intenta escapar tiene que hacer algo, como describimos al principio del comentario, que de nuevo la destroza, ya no sólo por fuera –siempre acaba demacrada–, sino también por dentro.      
  





2003. Solstorm. (Aurora boreal)
2004. Det blod som spillts. (Sangre derramada)
2006. Svart stig. (La senda oscura)
2008. Till dess din vrede upphör. (Cuando pase tu ira)
2012. Till offer at Molok. (Sacrificio a Mólek) Lectura

lunes, 21 de octubre de 2013

Pan, Educación, Libertad, de Petros MÁRKARIS



Las novelas del comisario Kostas Jaritos –de Petros Márkaris– son eminentemente políticas, sin dejar de ser policiacas. Y no puede ser de otra forma si pensamos de dónde vienen ambos términos: de Πολις (polis). Y este término no significa únicamente ciudad (Atenas), que también, sino al conjunto de aldeas (barrios) que la forman, al conjunto de casas (viviendas) que integran estas aldeas y al conjunto de familias que viven en éstas y, por tanto, al conjunto de individuos que integran estas familias. Porque como decía Aristóteles, allá como veinticinco siglos atrás, el hombre es un ser social por naturaleza. Es decir, no podemos dejar de ser entes comunitarios, vivimos en comunidad, y como tales, tenemos que organizarnos dentro de esa comunidad y esa forma de organizarnos es la política. Ya hemos llegado a donde queríamos y a donde llega Márkaris con sus novelas –y sin consultar el Dimitrakos–.


Ψωμί, Παιδεία, Eλευθερία (Pan, Educación, Libertad) es la tercera y última novela de la “Trilogía de la crisis” que ha escrito Petros Márkaris con Kostas Jaritos como vertebrador de los relatos. Los títulos de ésta, como los de la primera entrega, Ληξιπρόθεσμα Δάνεια (Con el agua al cuello) –literalmente, Préstamo vencido–, y la segunda, Περαίωση. (Liquidación final), son explícitos a la hora de informarnos de lo que tratan las tres obras: la economía.

La crisis, los chanchullos, la corrupción, el fraude ocuparán, pues, el primer lugar, el papel protagonista en las tramas y serán los condicionantes y los motivos que provocarán en cada una de ellas los asesinatos que se van a producir y que Jaritos investigará.

Además, si ya de por sí en todas las novelas policiacas de Kostas Jaritos el entorno familiar y los problemas cotidianos de la familia Jaritos tienen un papel destacado, en éstas tres últimas se torna ineludible, porque son un ejemplo palmario de la familia media griega y de cómo la crisis económica que está padeciendo el país heleno se está llevando por delante todas las bases que la sustentaban desde que se instalaron en la democracia.

Por tanto, cuando hablamos de economía, hablamos de política y cuando hablamos de ambas, hablamos de políticos y de empresarios, que van a ser las víctimas propicias de los que ya no tienen nada que perder porque lo han perdido todo y sólo queda el sentimiento de venganza.

El esquema en las tres es bastante parecido, en eso copian en cierto modo a otras novelas anteriores, como, sobre todo, Ο Τσε αυτοκτόνησε (Suicidio perfecto) (ver lectura) pero también Βασικός Μέτοχος (El accionista mayoritario) e, incluso, Άμυνα ζώνης (Defensa cerrada) –las que más se alejan de este esquema serán la primera, Nυχτερινό δελτίο (Noticias de la noche), y la quinta, Παλιά, Πολύ Παλιά (Muerte en Estambul), situada en Turquía como refleja su título en su edición española–, donde una sucesión de asesinatos tienen sus raíces en motivos de corrupción tanto política como empresarial y en cómo el comisario Jaritos va indagando a medida que van ocurriendo los asesinatos hasta que encuentra por fin al causante o causantes de las muertes.

En Con el agua al cuello los bancos serán los asediados, en concreto sus representantes. El primer asesinado será un director jubilado del Banco Central, Nikitas Zisimópulos, al que le seguirán un inglés, también director en activo del First British Bank en Atenas, un holandés, con cargo en la Agencia de calificación Wallace and Cheney, y, por último, un empresario de una empresa de “servicios de cobro” de prestamos no devueltos, todos ellos decapitados con una espada a manos de un cómplice del llamado “guerrillero antibancos”. En Liquidación final, en cambio, será “El Recaudador Nacional” quien se encargue primero de amenazar mediante cartas y después de matar a los defraudadores de impuestos que no satisfagan sus pretensiones para devolver a la Hacienda pública lo que han defraudado. Así escenificará en distintos cementerios o recintos arqueológicos la muerte, envenenados con cicuta, como Sócrates, del médico Azanasios Korasidis y de Stilianós Lasaridis, profesor de universidad y director ejecutivo de la empresa Global Internet Systems. Y, visto que su empeño no le ofrece recompensas del gobierno, se encargará también de políticos o de aquellos beneficiados por sus contactos en esas esferas, como el sindicalista y luego diputado Lukas Zisimatos y el propietario de distintas academias Zeódoros Karadimos, ambos con una flecha envenenada.

Y en la que nos ocupa, Pan, Educación, Libertad, serán unos antiguos estudiantes de izquierdas, participantes en los “Hechos de la Politécnica” contra la dictadura, pero que ahora son un empresario poderoso, como Yerásimos Demertzis, que contrata a inmigrantes sin papeles para sus obras, “no tenemos pan”, o un profesor de derecho penal en la universidad, Nikos Zeologuis, que devalúa la educación con sus chanchullos, “no tenemos educación”, y un destacado sindicalista de la Unión General de Funcionarios, Dimos Lepeniotis, “para nosotros la libertad es emigrar”, los que morirán tiroteados. Y serán sus propios hijos, que ven la injusticia y la depravación a la que se ve condenada la sociedad griega, debido a estos ejemplares, los que intentarán poner coto a eso. Porque serán precisamente los hijos de éstos los que tendrán que empeñar sus vidas en esta deriva hacia el hundimiento en la que se ven envueltos los países del sur de Europa con los continuos recortes, devaluaciones de sueldos, privación de pensiones… 

Y mientras Kostas Jaritos, que sigue siendo el mismo comisario de policía, sin ascensos y con cada vez menos sueldo –y también sin aquella jocosidad de las primeras novelas y sin esas peleas constantes con su mujer Adrianí, pero sí con su diccionario el Dimitrakos en su regazo–, intenta resolver todos estos asesinatos, que incluso podríamos calificar de “justos”, su hija Katerina, casada con Fanis en la primera escena de Con el agua al cuello, ejemplifica el intento de sacar la cabeza del estanque a pesar del más que probable ahogamiento, primero trabajando con drogodependientes por una miseria, luego desechando un trabajo en el extranjero para quedarse en Grecia luchando con los demás y después montando un negocio con Maña, una psicóloga, ella abogada, para ayudar a esos que cada vez más lo necesitan.

Pan, Educación, Libertad se sitúa en el 2014, Grecia ha vuelto al dracma, abandonando el euro, y es todo como un nuevo inicio desde lo más profundo cuando todavía no se ha dejado de caer.   





1995. Nυχτερινό δελτίο (Noticias de la noche).
1998. Άμυνα ζώνης (Defensa cerrada).
2003. Ο Τσε αυτοκτόνησε (Suicidio perfecto). Lectura
2006. Balkan blues (Balkan blues). [9 relatos]
2006. Βασικός Μέτοχος (El accionista mayoritario).
2008. Παλιά, Πολύ Παλιά (Muerte en Estambul).

2010. Ληξιπρόθεσμα Δάνεια (Con el agua al cuello). [Trilogía de la crisis, 1]
2011. Περαίωση (Liquidación final). [Trilogía de la crisis, 2]
2012. Ψωμί, Παιδεία, Eλευθερία (Pan, Educación, Libertad). [Trilogía de la crisis, 3] Lectura

jueves, 17 de octubre de 2013

Gálvez entre los leones, de Jorge M. REVERTE



Julio Gálvez –con ese nombre– es un periodista de raza. A lo largo de sus seis novelas más de una vez hemos leído esta misma frase. Aunque por más que se repita hasta la saciedad, esa expresión las más de las veces, si no todas, suena como un chascarrillo, y cómo no, si leemos las novelas escritas todas ellas en primera persona, no podemos dejar de pensar en Gálvez con cierta sorna, como él constantemente se toma a sí mismo. O al menos eso es lo primero y fundamental que el autor, Jorge M. Reverte, de este periodista nos quiere hacer pensar siempre. En algún momento leemos que no es un héroe –eso lo tenemos claro– pero que tampoco es un antihéroe, entonces ¿qué tenemos entre manos? ¿Con quién nos manejamos? ¿Qué hace que sigamos a este tipo –llamémosle “normal” con comillas– durante los últimos cuarenta años de la historia política y social de España?

Porque ese es el recorrido de Gálvez desde la primera novela, Demasiado para Gálvez, que engañado por la revista donde trabaja se mete en la investigación de los chanchullos de "Sérfico", una empresa ligada al sector inmobiliario pero también especulativo, con contactos en las altas esferas del Régimen, estamos en la antesala de la transición; hasta la última, publicada este año, Gálvez entre los leones, donde como en la sombra también aparece el más alto cargo del estado español de la actualidad y unos negocios financiados con dinero público valenciano que ocultan una serie de tramas en las que se ve envuelto nuevamente Gálvez y que le llevan hasta las praderas africanas y no precisamente para matar elefantes.


Siguiendo a Demasiado para Gálvez está Gálvez en Euskadi, publicado en 1983, con ETA y sus extorsiones en su mayor auge, aunque la trama siga un curso paralelo, el entorno no deja de estar perfectamente retratado, como luego en Gudari Gálvez, la quinta, situada a mediados de los años dos mil, poco antes de la anterior tregua de ETA y que refleja precisamente esa desmembración de la banda dentro de una trama con algún elemento quizá cerca de lo inverosímil –ese hijo de Gálvez…–. Entre medias de estas dos están Gálvez y el cambio del cambio, de mediados de los noventa, en pleno declive y hundimiento del PSOE y de Felipe González y todos los casos de corrupción reales y ficticios que colmaban los periódicos en aquella época y colman los de la novela, y en uno de ellos se ve envuelto el propio Gálvez trabajando en este caso para el periódico autoproclamado adalid contra la corrupción política; y la siguiente, Gálvez en la frontera, situado en el cambio de siglo y con la inmigración en un floreciente auge y los problemas derivados: el racismo y las distintas mafias, éstas enclaustradas en guetos como el barrio de Lavapiés en Madrid.

Pero si bien todo esto puede ser una rémora para el lector no español, porque los problemas que se tratan están muy ligados a la vida en este país desde la transición para acá, no lo es si nos dejamos llevar por el desenfado envolvente de Julio Gálvez, de un periodista que en cada novela cambia de trabajo, siempre siendo trabajos mal pagados y temporales, trabajando incluso en Gudari Gálvez para una revista editada por una empresa que la distribuye en los tanatorios y cuyo tema, como no puede ser otro, es el de la muerte; como también cambia de pareja, siendo la única más o menos estable desde la segunda novela su exmujer Maribel –aunque ahí hay una especie de desliz porque en Demasiado para Gálvez la mujer que lo abandona se llama Ana, siendo Maribel la nueva amada– que lo acoge constantemente en su casa cuando Gálvez no tiene a donde ir. Pero cada novela tendrá su affaire, da igual que pasen los años, su desvalimiento y poco atractivo siempre se ve recompensado con los favores femeninos, y con su compañía y salvaguarda en la mayoría de los casos para resolver los conflictos. Sara en dos ocasiones –en las dos novelas vascas–, hija de banquero, adinerada y burguesa, Carmen cuarentona afín a las nuevas tecnologías en la novela del cambio del cambio, Almudena, joven periodista, con la que cruzará en patera el estrecho, en Gálvez en la frontera, y aquí, en Gálvez entre los leones, Aída, si bien puede no ser su verdadero nombre, perteneciente al CNI, los servicios de inteligencia españoles.


Y es que la última novela de Gálvez se aleja un poco de las anteriores y se convierte ante todo en una novela de aventuras, más que en una novela policiaca o de investigación, aunque todas tengan un poco de ambas cosas. Aquí lo que hay es una persecución, sobre todo la segunda parte de la novela cuando viajan a África para perseguir a un cazador de leones catalán, un tal Boix, que es más bien un cazador de dineros sin escrúpulos, y está plagada de pequeñas aventuras hasta que consiguen “salvar” al que dijo aquello de “Perdón, me he equivocado”. Aunque Gálvez en sí sigue siendo el mismo, pero en la sesentena, la investigación brilla por su ausencia y sólo existe algo parecido cuando el periodista, que ahora está en el paro, vuelve del engañoso trabajo que le había salido en Asturias y se dedica a buscar a Bigoret, el empresario valenciano que les había estafado.

Vivienda de Gálvez en su cuarta entrega.
San Bernardo, 69. Madrid
Foto: Archivo personal
Y, volviendo a la pregunta del primer párrafo, lo que hace que sigamos, que persigamos, a Gálvez, no sólo por Madrid, que es su lugar habitual, sobre todo el barrio de la universidad como se llama a la zona de la calle San Bernardo, sino también por sus escapadas vascas o catalanas o incluso por Tánger, no es un a pesar de su enclenque personalidad, de la que todo el mundo se aprovecha o intente aprovecharse, sino que es precisamente por eso por lo que nos situamos en su lugar, en contra de los poderes fácticos que nos someten como a sujetos enclenques que somos y de alguna forma nos rebelamos y buscamos con nuestros pocos medios una forma de escabullirnos de ese poder que nos aplasta. Y eso –que se puede trasladar a cualquier parte del planeta– es lo que hace Gálvez durante los últimos cuarenta años, sobrevivir, que no es poco, a pesar de…       
   





2013. Gálvez entre los leones. Lectura